
Comencemos
dejando en claro que el lenguaje es un sistema abstracto de signos, un conjunto
de sonidos articulados que se utilizan en la vida diaria para comunicarse con
los otros. Es decir, la finalidad última de este sistema es ser utilizado en un
contexto sociocultural determinado. De esto habla Michael Halliday en su obra
El lenguaje como semiótica social (1979), en la que plantea un nuevo modelo
para el estudio del lenguaje incluyendo lo sociocultural como elemento clave.
Así, adopta una concepción funcional de la lengua, lo que implica centrarse en
lo que un hablante puede hacer con ella.
De esta
manera, se opone y discute con dos grandes lingüistas, Ferdinand de Saussure y
William Labov, cuyas teorías postulaban el estudio del sistema o el estudio del
uso de la lengua, respectivamente, y no su análisis en conjunto. No obstante,
el lenguaje, herramienta comunicativa por excelencia, no se puede concebir
independientemente de su uso. Así lo postuló Halliday en su Gramática
sistémico-funcional, uniendo, como su nombre lo indica, el análisis del sistema
con el de la función del lenguaje.
Pero ¿por
qué decimos todo esto? Para intentar entender el concepto de cambio
lingüístico. Es innegable la evolución del lenguaje, esto es, el proceso de
transformación que experimentan las lenguas por diferentes factores a lo largo
del tiempo. Estos cambios se llevan a cabo a partir de factores externos e
internos y de manera lo suficientemente lenta como para que los hablantes no
seamos conscientes de ello. Sin embargo, hoy en día se puede percibir un
proceso de aceleración con respecto a la variación del lenguaje dentro de las
diferentes comunidades, a partir de las nuevas tecnologías que nos exigen
nombrar nuevos elementos y actividades que con anterioridad no existían dentro
de nuestra realidad.
Esta
aceleración se da más que nada dentro de uno de los niveles de la lengua: el
léxico. Se sabe que, de los tres niveles, el que refleja de forma más directa
las realidades extralingüísticas es el léxico. Luego, afecta a la gramática y,
por último, a la fonología. Así, vemos, por ejemplo, que los hablantes toman palabras
de otras lenguas (préstamos lingüísticos) para referirse a determinados
conceptos o actividades, tales como marketing, hacker, boutique, entre muchos
otros, y hasta crean algunas, como googlear (investigar algo en internet a
través del buscador Google), whatsappear o wasapear (enviar un mensaje en la
aplicación Whatsapp), tuitear (mandar un tuit, es decir, un mensaje por medio
de la red social Twitter), chatear (conversar con una o varias personas a
través de internet), etc. Algunas de estas nuevas acepciones fueron aceptadas
por la Real Academia Española e incorporadas a su diccionario mientras otras
aún no.
Con estos
ejemplos claros y palpables para todos los hablantes de hoy en día, demostramos
la variación del lenguaje. Así, observamos que es necesario que esto suceda con
el fin de que continúe funcionando como tal y satisfaciendo las nuevas
necesidades de las sociedades modernas. De lo contrario, la comunicación sería
dificultosa y poco económica, algo inadmisible en la actualidad, era de la inmediatez.
De esta
forma, por su carácter social, el lenguaje no debe percibirse como algo
acabado, hecho, sino como un continuum, como algo cambiante, puesto que su
función básica es la de comunicar, representando el mundo de los hablantes.
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