viernes, 13 de noviembre de 2015

Jorge Luis Borges...

“Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma.
Y uno aprende que el AMOR no significa acostarse.
Y que una compañía no significa seguridad, y uno empieza a aprender...
Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para planes... y los futuros tienen su forma de caerse por la mitad.
Y después de un tiempo uno aprende que, si es demasiado, hasta el calor del Sol puede quemar.
Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno es realmente fuerte, que uno realmente vale, y uno aprende y aprende... y así cada día.
Con el tiempo aprendes que estar con alguien, porque te ofrece un buen futuro, significa que tarde o temprano querrás volver a tu pasado.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad.
Con el tiempo te das cuenta de que si estás con una persona sólo por acompañar tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla.
Con el tiempo aprendes que los verdaderos amigos son contados y que quien no lucha por ellos tarde o temprano se verá rodeado sólo de falsas amistades.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en momentos de ira siguen hiriendo durante toda la vida.
Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es atributo sólo de almas grandes.
Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, es muy probable que la amistad jamás sea igual.
Con el tiempo te das cuenta que aun siendo feliz con tus amigos, lloras por aquellos que dejaste ir.
Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible.
Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá multiplicadas las mismas humillaciones o desprecios.
Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el sendero del mañana no existe.
Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas y forzarlas a que pasen, ocasiona que al final no sean como esperabas.
Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante.
Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás a los que se marcharon.
Con el tiempo aprenderás a perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, pues ante una tumba ya no tiene sentido.
Pero desafortunadamente, sólo con el tiempo...”.

lunes, 19 de octubre de 2015

Hoy, una de otro tipo de artista...


Vida, de Charles Chaplin

Ya perdoné errores casi imperdonables.
Traté de sustituir personas insustituibles,
de olvidar personas inolvidables.
Ya hice cosas por impulso.
Ya me decepcioné con algunas personas,
mas también yo decepcioné a alguien
Ya abracé para proteger.
Ya me reí cuando no podía.
Ya hice amigos eternos.
Ya amé y fui amado pero también fui rechazado.
Ya fui amado y no supe amar.
Ya grité y salté de felicidad.
Ya viví de amor e hice juramentos eternos,
pero también los he roto y muchos.
Ya lloré escuchando música y viendo fotos.
Ya llamé sólo para escuchar una voz.
Ya me enamoré por una sonrisa.
Ya pensé que iba a morir de tanta nostalgia y ...
Tuve miedo de perder a alguien especial
(y termine perdiéndolo)
pero sobreviví
Y todavía vivo
No paso por la vida.
Y tú tampoco deberías sólo pasar ... ¡VIVE!
Bueno es ir a la lucha con determinación, abrazar la vida y vivir con pasión.
Perder con clase y vencer con osadía, porque el mundo pertenece a quien se atreve
y la vida es mucho más para ser insignificante.

jueves, 8 de octubre de 2015

Ayer, de Mario Benedetti



Ayer pasó el pasado lentamente
con su vacilación definitiva
sabiéndote infeliz y a la deriva
con tus dudas selladas en la frente

ayer pasó el pasado por el puente
y se llevó tu libertad cautiva
cambiando su silencio en carne viva
por tus leves alarmas de inocente

ayer pasó el pasado con su historia
y su deshilachada incertidumbre/
con su huella de espanto y de reproche

fue haciendo del dolor una costumbre
sembrando de fracasos tu memoria
y dejándote a solas con la noche.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

"Buscar. No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene". 

Alejandra Pizarnik


martes, 25 de agosto de 2015

Ausencia, Jorge Luis Borges




Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.

Compartimos un poema de Jorge Luis Borges (24 de agosto de 1899 - 14 de junio de 1986) en honor a los 116 años de su nacimiento.

viernes, 7 de agosto de 2015

Apapachar



Palabra de origen náhuatl. Proviene del vocablo papachoa o papatzoa, que en su significado común quiere decir 'dar cariño'. Sin embargo, hay un sentido más profundo que la clase culta de los aztecas le daba y que se refleja en el sentido que le dan los mexicanos: 'abrazar o acariciar con el alma'.

sábado, 25 de julio de 2015

“Y aprendí que las historias no se
escriben solas, que necesitan de
las palabras para que se empiecen
a escribir. Que no todas
 empiezan con ‘Había una vez’
ni terminan con un ‘felices
para siempre’, que algunas
jamás pasan del prólogo, que ‘adiós’
no significa el punto final.
Que hay unas que las terminas
de escribir con lágrimas
 las vuelves a leer y te das cuenta de
que otra vez te harán llorar.
Que la historia comienza con un sueño
 y por lo tanto jamás
debemos dejar de soñar”.

sábado, 11 de julio de 2015

Caminante no hay camino, de Antonio Machado.

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.

Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,

como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...

Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...
Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."

Golpe a golpe, verso a verso.

Liniers


jueves, 23 de abril de 2015

Día del Idioma Español



El Día del Idioma español es una conmemoración organizada por el Instituto Cervantes para celebrar la importancia del idioma español como lengua internacional, que cuenta con más de 450 millones de hablantes en el mundo.
El Día del Idioma tiene su origen en el año 1926, cuando el escritor valenciano Vicente Clavel Andrés propuso la idea de un día especial para celebrar la literatura. La tradición comenzó en Valencia y se diseminó gradualmente en toda España.
El 13 de octubre de 1946 se aprobó esta fecha para celebrar el Día del Idioma en honor al escritor Miguel de Cervantes (cuyo fallecimiento era fechado el 23 de abril de 1616), puesto que su novela Don Quijote de la Mancha es considerada la obra cumbre del idioma.
En la misma fecha también murieron el peruano Inca Garcilaso de la Vega y, del calendario juliano, William Shakespeare.

Mario Benedetti



“Te libero de mí, de
mis males, de mi malgenio,
de los domingos
por la tarde en donde
 nunca puedo más, del
odio a mis cumpleaños,
 de no saber cómo hacer
 para regalarte algo que
 no pierdas. Te libero de
 mi desengaño, de tu
karma, de mis novedades,
 de la contradicción que
represento. Te libero de
 mis llamadas que te saben
 a autocompasión, de mis
enredos, de mi cabello
suelto, largo, sin
peinar. Te libero de mi
consciencia, del
desconcierto a fin de
mes, de la caída, de la
llegada, de mi huida
inevitable. Te dejo libre
 para que me dejes, para
que me veas de lejos y me
quieras, menos…”.

martes, 7 de abril de 2015

Poema de Gabriela Mistral, en conmemoración de su nacimiento (7 de abril de 1889)



Escóndeme
Escóndeme, que el mundo no me adivine.
Escóndeme como el tronco su resina, y
Que yo te perfume en la sombra, como
La gota de goma, y que te suavice con
Ella, y los demás no sepan de dónde
Viene tu dulzura...
Soy fea sin ti, como las cosas desarraigadas
De su sitio; como las raíces abandonadas
Sobre el suelo.
¿Por qué no soy pequeña como la almendra
En el hueso cerrado?
¡Bébeme! Hazme una gota de tu sangre, y
Subiré a tu mejilla, y estaré en ella
Como la pinta vivísima en la hoja de la
Vid. Vuélveme tu suspiro, y subiré
Y bajaré de tu pecho, me enredaré
En tu corazón, saldré al aire para volver
A entrar. Y estaré en este juego
Toda la vida.

lunes, 6 de abril de 2015

Alguien desordena estas rosas



Como es domingo y ha dejado de llover, pienso llevar un ramo de rosas a mi tumba. Rosas rojas y blancas, de las que ella cultiva para hacer altares y coronas. La mañana estuvo entristecida por este invierno taciturno y sobrecogedor que me ha puesto a recordar la colina donde la gente d
el pueblo abandona sus muertos. Es un sitio pelado, sin árboles, barrido apenas por las migajas providenciales que regresan después de que el viento ha pasado. Ahora que dejó de llover y que el sol de mediodía debe haber endurecido el jabón de la cuesta, podría llegar hasta el túmulo en cuyo fondo reposa mi cuerpo de niño, ahora confundido, desmenuzado entre caracoles y raíces.

Ella está prosternada frente a sus santos. Permanece abstraída desde cuando dejé de moverme en la habitación, después de haber fracasado en el primer intento de llegar hasta el altar para coger las rosas más encendidas y frescas. Tal vez hoy hubiera podido hacerlo; pero la lamparita pestañeó, y ella, recobrada del éxtasis, levantó la cabeza y miró hacia el rincón donde está la silla. Debió pensar: “Es otra vez el viento”, porque es verdad que algo crujió junto al altar y la habitación onduló un instante, como si hubiera sido removido el nivel de los recuerdos estancados en ella desde hace tanto tiempo. Entonces comprendí que debía aguardar una nueva ocasión para coger las rosas, porque ella continuaba despierta, mirando la silla, y habría podido sentir junto a su rostro el rumor de mis manos. Ahora debo esperar a que ella abandone la habitación, dentro de un momento, y vaya a la pieza vecina a dormir la siesta medida e invariable del domingo. Es posible que entonces pueda yo salir con las rosas para estar de regreso antes de que ella vuelva a esta habitación y se quede mirando la silla.

El domingo pasado fue más difícil. Tuve que esperar casi dos horas a que ella cayera en  el  éxtasis.  Parecía  intranquila, preocupada, como  si  la  hubiera  atormentado la certidumbre de que súbitamente su soledad en la casa se había vuelto menos intensa.

Dio varias vueltas por el cuarto con el ramo de rosas, antes de abandonarlo en el altar. Luego salió al pasadizo, miró adentro y se dirigió a la pieza vecina. Yo sabía que estaba buscando la lámpara. Y después cuando volvió a pasar frente a la puerta y la vi en la claridad del corredor con el saquito oscuro y las medias rosadas, me pareció que era todavía igual a la niña que hace cuarenta años se inclinó sobre mi cama, en este mismo cuarto, y dijo: “Ahora que le han puesto los palillos, tiene los ojos abiertos y duros”. Era igual, como si no hubiera transcurrido el tiempo desde aquella remota tarde de agosto en que las mujeres la trajeron al cuarto y le mostraron el cadáver y le dijeron: “Llora. Era como un hermano tuyo”; y ella se recostó contra la pared, llorando, obedeciendo, todavía ensopada por la lluvia.

Desde hace tres o cuatro domingos estoy tratando de llegar hasta las rosas, pero ella ha permanecido vigilante frente al altar; vigilando las rosas con una sobresaltada dili- gencia que no le había conocido en los veinte años que lleva de vivir en la casa. El domingo pasado, cuando salió a buscar la lámpara, logré componer un ramo con las mejores rosas. En ningún momento he estado más cerca de realizar mi deseo. Pero cuando me disponía a regresar a la silla oí de nuevo las pisadas en el pasadizo, ordené brevemente las rosas en el altar; y entonces la vi aparecer en el vano de la puerta con la lámpara en alto.

Tenía puesto el saquito oscuro y las medías rosadas, pero había en su rostro algo como la fosforescencia de una revelación. No parecía entonces la mujer que desde hace veinte años cultiva rosas en el huerto, sino la misma niña que en aquella tarde de agosto trajeron a la pieza vecina para que se cambiara de ropa y que regresaba ahora con una lámpara, gorda y envejecida, cuarenta años después.

Mis zapatos tienen todavía la dura costra de barro que se les formó aquella tarde, a pesar de que permanecieron secándose durante veinte años junto al fogón apagado. Un día fui a buscarlos. Esto fue después que clausuraron las puertas, descolgaron del umbral el pan y el ramo de sábila, y se llevaron los muebles. Todos los muebles, menos la silla del rincón que me ha servido para estar durante todo este tiempo. Yo sabía que los za- patos habían sido puestos a secar y que ni siquiera se acordaron de ellos cuando abandonaron la casa. Por eso fui a buscarlos.

Ella volvió muchos años después. Había transcurrido tanto tiempo, que el olor a almizcle del cuarto se había confundido con el olor del polvo, con el seco y minúsculo tufo de los insectos. Yo estaba solo en la casa, sentado en el rincón; esperando. Y había aprendido a distinguir el rumor de la madera en descomposición, el aleteo del aire volviéndose viejo en las alcobas cerradas. Entonces fue cuando ella vino. Se había parado en la puerta con una maleta en la mano, un sombrero verde y el mismo saquito de algodón que no se ha quitado desde entonces. Era todavía una muchacha. No había empezado a engordar ni los tobillos le abultaban bajo las medias, como ahora. Yo estaba cubierto de polvo y telaraña cuando ella abrió la puerta y en alguna parte de la habitación guardó silencio el grillo que había estado cantando durante veinte años. Pero a pesar de eso, a pesar de la telaraña y el polvo, del brusco arrepentimiento del grillo y de la nueva edad de la recién llegada, yo reconocí en ella a la niña que en aquella tor- mentosa tarde de agosto me acompañó a coger nidos en el establo. Así como estaba, parada en la puerta con la maleta en la mano y el sombrero verde, parecía como si de pronto fuera a ponerse a gritar, a decir lo mismo que dijo cuando me encontraron bocarriba entre la hierba del establo todavía aferrado al travesaño de la escalera rota. Cuando ella abrió la puerta por completo, los goznes crujieron y el polvillo del techo se derrumbó a golpes, como si alguien se hubiera puesto a martillar en el caballete; entonces ella vaciló en el marco de claridad, introduciendo después medio cuerpo en la habitación, y dijo con la voz de quien está llamando a una persona dormida: “¡Niño!

¡Niño!” Y yo permanecí quieto en la silla, rígido, con los pies estirados.

Creía que sólo venía a ver el cuarto pero siguió viviendo en la casa. Aireó la habitación y fue como si hubiera abierto la maleta y de ella hubiera salido su antiguo olor a almizcle.

Los otros se llevaron los muebles y la ropa en los baúles. Ella sólo se había llevado los olores del cuarto, y veinte años después los trajo de nuevo, los colocó en su lugar y re- construyó el altarcillo; igual que antes. Su sola presencia bastó para restaurar lo que la implacable laboriosidad del tiempo había destruido. Desde entonces come y duerme en la pieza de al lado, pero se pasa los días en ésta, conversando en silencio con los santos. Durante la tarde se sienta en el mecedor, junto a la puerta, y zurce la ropa mientras atiende a quienes vienen a comprarle flores. Ella se mece siempre mientras zurce la ropa. Y cuando viene alguien por un ramo de rosas, guarda la moneda en la esquina del pañuelo que se anuda a la cintura y dice invariablemente: “Coge las de la derecha, que las de la izquierda son para los santos”.

Así ha estado en el mecedor durante veinte años, zurciendo sus cositas, meciéndose, mirando hacia la silla, como si por ahora no cuidara del niño que compartió con ella las tardes de la infancia, sino del nieto inválido que está aquí, sentado en el rincón desde cuando la abuela tenía cinco años.

Es posible que ahora, cuando vuelva a bajar la cabeza, pueda acercarme a las rosas. Si logro hacerlo iré hasta la colina, las pondré sobre el túmulo y regresaré a mi silla, a esperar el día en que ella no vuelva al cuarto y cesen los ruidos en las piezas de al lado.

Este día habrá una transformación en todo esto, porque yo tendré que salir otra vez de la casa para avisarle a alguien que la mujer de las rosas, la que vive sola en la casa arruinada, está necesitando cuatro hombres que la conduzcan a la colina. Entonces quedaré definitivamente solo en el cuarto. Pero en cambio ella estará satisfecha. Porque ese día sabrá que no era el viento invisible lo que todos los domingos llegaba a su altar y le desordenaba las rosas.


Gabriel García Márquez

jueves, 2 de abril de 2015

Efeméride del día:



 Un día como hoy, pero del 1900, Roberto Emilio Gofredo Arlt, novelista, cuentista, dramaturgo, periodista argentino. Entre sus obras más destacadas se encuentran: "El crimen casi perfecto" (1949), "Juguete rabioso" (1926), "Los siete locos" (1929), "La isla desierta" (1950), entre otras.